jueves, 16 de noviembre de 2017

Callejón Del Diablo




El  convento de Santa María de Gracia abarcaba por el oriente hasta el río San Juan de Dios (hoy Calzada Independencia), por el norte hasta la calle Juan Manuel, por el poniente hasta Belén y por el sur hasta cruzar por Hidalgo, en una de sus largas paredes, chocaba un angosto callejón tétrico y obscuro, llamado del "Ahorcado", se le conocía por ese nombre por que ahí se colgó a un adúltero de apellido Lemus. En la época virreinal este callejón era visto con horror por todos los habitantes de Guadalajara. Al tiempo se le comenzó a llamar como "Rincón del Diablo" por un suceso muy comentado que pasó ahí. En una noche, se despertó alarmada la religiosa encargada de las novicias a causa de los gritos y las ofensas  que se escapaban de aquel antro de tinieblas. Como en ese momento la esquila capuchina tocaba a maitines, a las doce de la noche, la maestra del noviciado no pudo darse  cuenta de la tragedia que se desenvolvía en el ya repetido callejón: mas habiendo cesado la esquila de llamar a las religiosas, mediante una silla pudo, la religiosa, asomarse por la arpillera, bajándose violentamente, horrorizada al ver que frente a la puerta de la casucha que ocupaba el rincón, había una larga mesa con paño de tumba, donde cuatro velas negras sostenidas en cráneos humanos, alumbraban a varias mujeres desmelenadas, que apurando en copas un brebaje misterioso, azotaban con recias disciplinas a un Santo Cristo de Marfil, que tendido sobre aquella triste y sacrílega mesa, parecía que con sus inconmovibles miradas suplicaba gracia y favor de aquellas brujas. 


No pudiendo contenerse la religiosa, llamó a la abadesa, que alarmada y a pesar de sus años trepó sobre la silla y al darse cuenta del sacrilegio no esperó a que amaneciera, sino que a esas horas mandó llamar al mayordomo del Convento, un respetable sacerdote, el que apenas amaneció dio noticias al Obispo de Guadalajara de lo acontecido. 
El Sr. Alcalde, Obispo de la Diócesis, mandó llamar a los oficiales del Santo Oficio para enterarlos de lo acaecido. El tribunal de la Inquisición se trasladó desde ese día a un lugar inmediato al "Rincón del Diablo" para sorprender aquellos bichos que a tan judía ceremonia se entregaban. La ocasión se les presentó allí a poco, porque la siguiente noche observaron los oficiales del Santo Oficio que varios bultos envueltos en luengos y negros mantos y encapuchados se deslizaban, arrastrándose, por el callejón, introduciéndose cautelosamente en el lugar frente al cual había colocada la funeraria misa. 
Ellos, con las mismas precauciones, llegaron a la puerta de la casucha que, albergaba aquellos malvados, aplicando el ojo por la rendija de la llave, descubrieron que varios caballeros de los principales de la ciudad y algunas mujeres hermosas se entregaban a darle culto al Diablo. No pudiéndose contener y a los gritos de "Dense al Rey", "¡paso a la Inquisición!" empujaron la centenaria puerta, que cayó hecha astillas, y desenvainando apresuradamente sus tizonas, se trabó un rudo combate entre los brujos y los inquisitoriales, quedando la victoria de parte de éstos.

El Santo Tribunal descubrió que los tertulianos a aquella macabra fiesta adoraban al Diablo en una rica pintura que adornada con varias joyas, ocupaba el lugar de honor en su largo y artístico salón todo él adornado con ricos cortinajes de Damasco y que servía para sus orgías, las viandas y licores que había en grandes mesas, que podían compararse con los de la Corte de Nerón o Caracalla.
Llevados a la prisión inquisitorial y juzgados benignamente a los delincuentes aquí terminó este hecho que alarmó a la religiosa de la ciudad de Guadalajara". Contaban los viejos que al oír "El Rincón del Diablo", se persignaban y, decían: "Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar", siempre evitaban pasar por ese lugar y cuando tenían que pasar por ahí, se acompañaban de alguna "santa reliquia o provistos de una redomita de agua bendita". 


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